Llegando a Miami el día miércoles, fui recogido por mis padres, a quienes les agradezco profundamente todo lo que hicieron durante los cinco días sucesivos: atentos, ya les cuento con detalle. Partimos en auto a Panama City Beach, Florida: temperatura ambiental cercana a los 27 grados, 70% de humedad relativa, sol radiante, carretera despejada, 9 horas de viaje. Íbamos repasando el programa de la competencia una y otra vez, visualizando lo que sería la extensa jornada del día Sábado 4 de Noviembre. Llegamos a nuestro destino cerca de las 21 hrs, y decidí armar la bicicleta inmediatamente. El plan era pedalear al día siguiente, después de haber nadado unos cuantos metritos en el mar. Llegaba a mi primer Ironman, no de la forma que quería, sino saliendo de 8 meses lesionado y con un trote que dejaba mucho que desear. Pero eso ya no importaba. Estaba ahí, cumpliendo un sueño, persiguiendo una meta, logrando un objetivo. ¿Qué importaba lo demás?
Era jueves, cerca de las 10 am. Suave arena blanca (que luego sentiría odiosamente durante toda la carrera), agua cristalina: a nadar se ha dicho. Conocí a Dennis: un caballero llegando a sus 70 años de edad. Éste era su décimo tercer Ironman. Fue la primera de una larga lista de personas que fui conociendo en este camino. Sin duda, la gente es uno de los grandes regalos que te deja el estar inmerso en este mundillo. En el village fuimos al registro de atletas (suena bonita esa palabra). Se sentía un ambiente extremadamente agradable, todos un poco inquietos, mucha risa y muchísima alegría. La pedaleada posterior fue extraordinaria, donde probé por primera vez los geles energéticos (Cliff) que oficialmente daban en la competencia: 35k de ruta, estómago OK, todo impecable.
Viernes fue de descanso, preparando las famosas bolsas: morning clothes, bike gear, run gear, bike special needs y run special needs. Las tres primeras son sencillas: todo adentro de la bolsa y se cierran. Pero las dos ultimas son otro cuento. De una u otra forma debes prever lo que podrías llegar a necesitar en tu peor momento, que no resulta muy evidente: es algo que nunca antes había hecho y que costaba imaginar. Entregué la bici en el parque cerrado junto con las tres primeras bolsas, luego a disfrutar de la última comida y a dormir, que se viene fuerte.
Es sábado y suena el despertador a las 4 am. Ya estaba despierto 5 minutos antes de aquel siempre desagradable sonido. Desayuno con mis papás, ducha, ponerse el equipo de competencia, agregarle agua a las botellas de mezcla de la bici, meterse en el traje. Eran las 5:15 y ya estábamos caminando al parque cerrado (quedaba a 10 minutos de caminata, un alivio!). Preparar y equipar la bici, revisar todo una y otra vez, fotos respectivas. Eran las 6:30 am, himno nacional “a capella”. Son las 6:45 y partimos. Me encajoné en el grupo de 1 a 1:10h de tiempo estimado. Una natación fluida (2 giros en total), algunos golpes por ahí y por allá, primer giro de calentamiento, segundo giro ya estaba calibrado para empezar a ponerle ritmo a la canción. Terminado el segundo giro, me pasaron mi bolsa de la bici, y a equiparse: bloqueador, casco, lentes, zapatos, y nos fuimos, que queda un largo camino por recorrer. En el km 15 conocí a Jody, de Kentucky, con quien pedaleamos cerca de 110 km juntos. También era su primer Ironman, lo que inmediatamente te hace sentir un apego especial, como si te conocieran de toda la vida. Ritmo parejo, paisajes fabulosos, temperatura agradable, buena hidratación. En el km 140 empecé a sentir las primeras ampollas en los pies. No le di mucha importancia, sin saber que después las sentiría como caminar sobre lava.
Terminé la bicicleta con una sonrisa de lado a lado: mi mejor promedio de la vida. Me bajé a trotar con buen ritmo, buenas sensaciones, disfrutando todo lo que estaba pasando. Al km 2 del trote me hice amigo de Jason, de Texas: su primer Ironman pero cuarta maratón. Compartimos los siguientes 17 kms, entre risas, chistes, tallas por toneladas. Fue uno de los tramos que más disfruté: todo parecía una fiesta, en cada punto de hidratación te animaban, música, asados (y uno comiendo puros geles…nada que decir). Además, mis papás me sorprendían apareciendo en diferentes partes del circuito. Aún no me explico como lo hicieron, pero fueron inyecciones de energía: también los vi felices de estar viviendo ese momento.
Llegamos al km 20 de la maratón y las ampollas de la bicicleta se hicieron sentir, y muy fuerte. Tuve que bajar el ritmo, y no quedó más que empezar una larga caminata. Trataba de evitar pisar con las ampollas, lo que forzó las rodillas y luego el dolor se generalizó por todas partes. Ahí empezó lo duro. El sol se iba ocultando en el horizonte, caminar se hacía doloroso, comenzó el frío. Mis papás, nuevamente, hicieron de las suyas con la compañía, incluso caminando conmigo algunos cientos de metros. Pensaba en todos los Tricostas, amigos y familiares que de una u otra forma seguían la carrera, y no quería defraudarlos. Tampoco quería defraudarme a mi mismo. En mi mente veía la meta y continuaba, restando importancia al dolor: de una otra forma me había preparado para caminar por un buen tramo. Dennis me aconsejó el jueves: just finish. En esos momentos, conocí a otro caballero. No me dijo su nombre, ya que no era capaz de hablar mucho. Pero sí me dijo que tenía 80 años de edad, y este era su Ironman número 50. Sentí que era un honor estar al lado de él. Admirable. Y eso también propulsa a esforzarte aún más.
Quedaban solo 10 km para terminar y conocí a Doug, un dentista de Miami que estaba en mis mismas condiciones, a quien sólo le pregunté si había probado el caldo de pollo que ofrecían en los puestos de ayuda (deliciosos, por cierto. Me tomé como 6). A partir de ahí nos fuimos caminando juntos, conversando y dejando pasar las horas: solo había que llegar. 1 km antes de la meta, Doug empezó a correr junto a otros de su equipo que lo alcanzaron (obvio, no podía desteñir). Yo decidí esperar a estar más cerca, y creo que fue lo adecuado: de otra forma quizá no hubiese aguantado el dolor. Crucé la meta con la bandera que Carito me regaló. El corazón bombeando a mil, saludé a Doug que me esperó en la meta, vi a mis papás, un abrazo eterno. Definitivamente, este día lo venía soñando desde hace un año y superó cualquier expectativa.
Solo agradecer a cada uno de ustedes por tanto apoyo: desde una palabra de ánimo, hasta la compañía durante largas horas de pedaleo. Si ustedes, esta historia sería muy distinta.
Ahora resta mejorarse de las piernas, entrenar duro el trote, y vamos por otro Ironman. ¿Quién se suma?